Lo que Jesús espera acerca de nuestro deber de perdonar a nuestros hermanos lo podemos encontrar en sus palabras escritas en Lucas 17:3-4:
“Mirad por vosotros mismos, Si tu hermano peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, perdónalo (énfasis agregado).
No puede estar más claro. Jesús espera que perdonemos a nuestros hermanos cuando ellos se arrepienten. Cuando oramos, “Perdónanos nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Le estamos pidiendo a Dios que haga por nosotros lo que nosotros hemos hecho por otros. Nunca debemos esperar que Dios nos perdone si nosotros no se lo hemos pedido. ¿Así que, por qué pensamos que Dios esperaría que perdonemos a aquellos que no lo han pedido?
De nuevo, todo esto no nos da el derecho de estar enojados o guardar ira en contra de un hermano o una hermana en Cristo que ha pecado contra nosotros. Se nos ha mandado a amarnos los unos a los otros. Y por esto se nos manda a confrontar a un hermano que ha pecado contra nosotros, y así exista la posibilidad de una reconciliación con él, y asimismo que él también pueda reconciliarse con Dios. Esto es lo que el amor puede hacer. Ahora, con mucha frecuencia algunos cristianos dicen que ya han perdonado a un hermano que les ha ofendido, pero esto es sólo una excusa para evitar la confrontación. Verdaderamente no le han perdonado, y esto queda claro por sus acciones. Evitan encontrarse con el ofensor a toda costa y con frecuencia hablan del daño que se les hizo. No hay reconciliación.
Cuando pecamos, Dios nos confronta por medio del Espíritu Santo dentro de nosotros porque Él nos ama y quiere perdonarnos. Debemos imitar a Dios, y con amor confrontar a los hermanos que han pecado contra nosotros y así pueda haber arrepentimiento, perdón y reconciliación.
Dios siempre espera que sus hijos se amen los unos a los otros con un amor genuino, un amor que permite la reprensión, pero un amor que evita el enojo y la ira. Dentro de la ley de Moisés encontramos este mandamiento:
“No aborrecerás a tu hermano en tu corazón. Reprenderás a tu prójimo, para que no participes de su pecado. No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Jehová” (Levítico 19:17-18, énfasis agregado).